Alonso de Villamayor y Vivero

Alonso de Villamayor y Vivero

 

Por Juan Luis Sanchez.

BIOGRAFÍA DE DON ALONSO DE VILLAMAYOR Y VIVERO, maestre de campo de infantería española, natural del Castillo de Garcimuñoz.

 

PARTE I: INFANCIA Y PRIMEROS SERVICIOS MILITARES (1602-1642)

En mi artículo sobre los «Villamayor del Castillo de Garcimuñoz», hablando sobre la progenie de D. Andrés de Villamayor y Espinosa y de doña María de Caballón, escribía:

«El primogénito, D. Alonso Francisco de Villamayor y Caballón (Castillo de Garci Muñoz, bautizado en San Juan, 27.V.1602 —  † ante Lérida, 21.XI.1646), Caballero de Santiago, 5º patrón del hospital e iglesia de la Concepción, fue el único militar de la saga que estudiamos, pese a lo cual despuntó en los ejércitos reales de Flandes, Lombardía, Alsacia y Cataluña, en los que sirvió 25 años, desde 1621 hasta su muerte en combate, cuando servía el puesto de maestre de campo de un tercio de infantería española. Su vida y servicios, así como las vicisitudes que corrió con la copia de la sábana santa que ordenó tejer en Turín —concluida en la primavera de 1640—, hasta que consiguió desembarcar con ella de vuelta en España, a finales de noviembre de 1641, se verán en un estudio aparte para no comprometer con su extensión la ilación del presente asunto. No tomó estado y le sucedió en el mayorazgo su hermano Carlos, el sexto en orden de nacimiento.»

Aunque con más retraso del que me había propuesto, ha llegado el momento de cumplir con lo prometido. Quizá hayan advertido un cambio en los apellidos del personaje. En su día, los tomé del portal de Archivos españoles en internet (PARES), donde se publican las pruebas para su ingreso en la Orden jacobea bajo la siguiente descripción: «Pruebas para la concesión del Título de Caballero de la Orden de Santiago de Alonso de Villamayor y de Caballón, natural de Castillo de Garcimuñoz, Maestre de Campo.»

01 Comisión de pruebas
Fragmento de la comisión de las pruebas pertinentes para la expedición del título al caballero jacobeo de D. Alonso, cuya merced databa de octubre de 1644, encargada al caballero Juan Luis de Berrio y al «Licenciado Juan Murillo de Montemayor, religioso de la conventual de León. Saued que el Maese de Canpo dn Alº de Billamayor nos hiço rrelacion que él dessea entrarse en la dha orden y uiuir en la obseruancia de la rregla y disciplina della …» (AHN, OO.MM, Santiago, Exp. 8907. Madrid, 8 de enero de 1545).

Lo cierto es que, en el pasado, no había reglas que fijaran la utilización de los apellidos, aunque el paterno solía preferirse siempre, sobre todo en el caso que nos ocupa, siendo el sujeto heredero de un mayorazgo; en cambio los segundogénitos solían preferir como primer apellido el materno, aunque esta circunstancia no se diera en la familia que estudiamos. Lo cierto es que nuestro personaje usó siempre en vida los apellidos Villamayor y Vivero, como acreditan —sin ánimo de exhaustividad— los siguientes documentos:

  1. La merced de ventaja sobre su sueldo ordinario de soldado, concedida en 1622 (AHN, Est, Lb. 259, fol. 165 v.). No he consultado el original, que forma parte de los libros de registro de las mercedes concedidas en Flandes, sino la recopilación de las concedidas a militares publicada por Emilio Cárdenas Piera en Forjadores del Imperio español: Flandes, pág. 552, donde curiosamente se transcribe erróneamente su segundo apellido: Utuero, por corrupción interpretativa de Uiuero/Vivero.
  2. La extensa relación (33 fols.), que tituló «Sucesos de las armas católicas que militaron en los estados de Flandes el año de 1629.», firmada por Don Alonso de Villamayor y Vivero y fechada en Rimberg (Rheinberg), el 24 de diciembre de 1629, cuyo manuscrito conserva la Real Academia española de la Lengua. (sign: E-41-691, del legado Rodríguez-Moñino y María Brey).

    02 Berck
    Debido a su importancia estratégica para controlar el tráfico fluvial del Rin, la posesión de la pequeña pero poderosamente fortificada ciudad de Rheinberg (que los españoles llamaban Rinberque) fue muy disputada entre holandeses y españoles. Estos la conquistaron por primera vez en 1590, hecho que recoge el grabado de Hogenberg del que arriba mostramos un fragmento. Perdida en 1597, fue reconquistada el año siguiente, volviéndose a perder en 1601. En 1606 fue conquistada por tercera y última vez por tropas españolas, que la mantuvieron en su poder hasta la que también sería última conquista holandesa de 1633, de donde sería desalojados por los franceses en 1672. En esta disputada plaza de armas, firmó D. Alonso de Villamayor, la víspera de Navidad de 1629, el único escrito en prosa que conozcamos que le ha sobrevivido: una amplia relación de la campaña militar de aquel mismo año.
  3. El soneto original que dedicó “Al siempre glorioso túmulo de Lope Félix de Vega Carpio.», probablemente en 1642, que firmó cómo “el Capitán D. Alonso de Villamayor y Vivero.»
  4. La relación de servicios de Pedro Bayona de Villanueva [Burgos, 1598 — Madrid, 1678], gobernador de Santiago de Cuba, fechada el 15.XI.1662, donde refiere que en 1642 «fue proveído Sargento mayor del tercio de Alonso de Villamayor y Viveros.»

Pese a que la primogenitura le prometía una cómoda y regalada vida, gozando del patrimonio familiar ubicado en Pinarejo, así como la casona del Castillo adyacente a la iglesia del hospital de la Concepción, prefirió sacrificar tales seguridades para servir a su rey siguiendo una azarosa carrera militar que iba a reportarle harto más infortunios (como veremos) que satisfacciones; pero sobre todo, que segaría su vida antes de cumplir los 45 años de edad. 

Nada sabemos de su infancia y juventud, aunque es de presumir que, como todos sus otros hermanos varones, completara una educación universitaria, al menos,03 Texto 1 con el título de bachiller, ya que dos de los dichos hermanos lo tuvieron de doctores (Andrés y José), en tanto que Antonio y Carlos alcanzaron la licenciatura, como también sospecho, aunque sin poderlo confirmar, que el último y menor de todos también lograra el doctorado.

04 Wesel
La sorpresa de Wesel por los holandeses en 1629.

El único escrito difundido de don Alonso es un soneto titulado «Al siempre glorioso túmulo de Lope Félix de Vega Carpio», que compuso tras visitar la tumba del Fénix de los ingenios,  en la iglesia madrileña de San Sebastián, probablemente en 1642, que revela un buen dominio de la métrica, pasión en su urdimbre y una poderosa elevación declamatoria; en suma, un poeta que debió componer mucho más de lo que conocemos y del que hubiéramos disfrutado sus creaciones, de haber llegado a nosotros; porque resulta impensable que la única que lo hizo fuese la primera, y menos aún la postrera con el nivel ya alcanzado. Nada puedo añadir sobre su obra prosaica, que permanece inédita desde que firmara la que solamente conocemos, en la nochebuena de 1629. Su penúltimo propietario, el conocido bibliófilo D. Antonio Rodriguez-Moñino, la adquirió junto a otros manuscritos en una subasta parisina en 1953, legándola a su muerte a la Real Academia de la Lengua, de la que fue académico. Pero ni el uno ni la otra intentaron su difusión, sobradamente merecida al tratarse del único relato en lengua española, y por testigo ocular, sobre la campaña militar del año 1629 en los Países Bajos, en que los holandeses tomaron Hertogenbosch (Bois-le-Duc o Bolduque), tras largo asedio, y sorprendieron Wesel, no lejos de Rheinberg y también al borde del Rin, en un audaz golpe de mano. Nada más, ni el más escueto memorial de servicios ha quedado de él, porque jamás solicitó la menor gracia o merced al rey, por lo que no disponemos de ninguna relación de méritos ni servicios suya, pese a haberla buscado en los archivos de Simancas, Histórico nacional de Madrid, y General militar de Segovia. Sabemos, al menos, que comenzó a servir en los estados de Flandes, como soldado aventajado, desde la reanudación de la Guerra de los 80 años, tras la suspensión de la Tregua de los 12 Años (1609-1621), en 1621 o 1622; es decir, contando con menos de 20 años de edad. Y también que, 7 u 8 años más tarde, cuando compone su relato sobre la campaña de 1629, no consta entre los capitanes españoles que servían allí, aunque es posible que fuera ya alférez.

Ante tan insospechada carencia de tales instrumentos, máxime considerando que alcanzó el elevado rango militar de maestre de campo, para rehacer su carrera deberemos apoyarnos en otras fuentes, no tan específicas al no constituirse él en sujeto de la narración. Y el problema es que éstas solo le mencionan desde que comenzó a fungir el cargo de sargento mayor de infantería española, en mayo de 1639; es decir, que dejamos atrás un enorme vacío o lagunar de una década de extensión vital.

 

LA RÉPLICA DE LA SÁBANA SANTA.

En mayo de 1639 le hallamos fungiendo el cargo de sargento mayor del tercio que se formó aquel mismo año al Maestre de campo (en adelante MdC) D. Luis Trejo y Gasca (Alcántara, 1609 – Madrid, 17.IV.1641), señor de Grimaldo, para servir en el ejército de Alsacia. Formado en Extremadura, marcharon sus reclutas, vía Madrid —donde el MdC resultó herido en una reyerta (10 de mayo)— hasta el puerto de Cartagena, donde se reunía un socorro de 4 tercios de infantería española; y donde pasaron la muestra y se recibieron al sueldo (19 de mayo) antes de embarcar. Pero la travesía fue desastrosa, ya que la armadilla al mando del almirante Asensio de Arriola sufrió una encalmada de 20 días que agotó las provisiones, siendo milagrosamente rescatados, en el último extremo, por las escuadras de galeras de Nápoles y Sicilia, que también viajaban al Finale ligur para desembarcar allí otros soldados de infantería napolitana.

Tras aprovisionarse en La Spezia, donde se contabilizaron 400 fallecidos de los 4.600 soldados embarcados, la armadilla alcanzó el puerto del Finale el 21 de julio. El tercio de Trejo debería haber marchado hacia Milán, pero fue conducido a Turín, capital del ducado de Saboya, que había sido tomada al asalto por las tropas del marqués de Leganés la noche del 25 de julio, 4 días antes de que el tercio de Trejo llegara, aunque la duquesa viuda de Saboya, que era francesa, y su gobierno lograron refugiarse en la poderosa ciudadela que dominaba la ciudad, donde seguían resistiendo con el apoyo de una fuerte guarnición francesa. (Baños de Velasco, Malvezzi, Matías de Novoa, etc.). El Marqués de Leganés, capitán general del estado de Milán, acabó cerrando con ella una tregua de 40 días, firmada el 14 de agosto, que incluía también al rey de Francia, dejando la ciudad a cargo del cuñado de la duquesa, Tomás de Saboya, príncipe de Carignano, que entonces servía al rey de España.

Liberado de obligaciones militares, pudo don Alonso visitar la ciudad y su catedral, donde se custodiaba el sudario en que se dice que fue envuelto el cuerpo de Jesucristo, conocido como la Sábana Santa, de la que ordenó que le confeccionaran una reproducción lo más exacta posible en su forma y dimensiones. Dicha copia debió de ejecutarse entre septiembre de 1639 y finales de abril de 1640, porque el 10 de mayo de dicho año 1640, un ejército francés puso cerco a la capital saboyana, que prolongó su resistencia hasta que, el 14 de setiembre, Tomás de Saboya se vio obligado a capitular ante su cuñada y el conde de Harcourt, general del ejército sitiador, porque ni las tropas ni la ciudadanía, que le apoyaban, tenían de que comer.

05 Turin
Arriba, la catedral turinesa, con su campanario aislado, como era habitual en Italia y aun vemos hoy en la de Niza, ciudad que solo fue francesa desde el siglo XVIII. Abajo: la Sábana santa (fragmento)

06 Sabana 1

07 Felipe
Diego Felipez de Guzmán, I Marqués de Leganés (ca. 1580 – 15.II.1655), capitán general de los ejércitos del rey de España que se cruzó varias veces en la vida de nuestro biografiado. Fue él quien ordenó, arbitrariamente en Milán, la disolución del tercio de Trejo, donde don Alonso era sargento mayor, decisión que le costaría perder su empleo. Mandó el ejército que intentó la primera recuperación de Lérida, en 1642, dando la primera batalla de las Horcas, que a don Alonso le costó la prisión y a él una nueva destitución. Por último, volvió a mandar el ejército de Cataluña que en 1647 liberó a Lérida del asedio francés, aunque a costa de la vida de nuestro personaje. No puede tildarse de afortunado para él su cruce de destinos con este miembro de la casa de Guzmán, pariente del famoso valido el conde-duque de Olivares.

Desde el 20 de mayo, el marqués de Leganés había situado su ejército rodeando las posiciones francesas sobre la ciudad, pero no logró desalojarles de ella, pese a haberlo intentado el 2 de junio, el 14 de julio y el 12 se setiembre, sin haber conseguido nunca introducir el menor socorro de vituallas a los sitiados. Pero la capitulación referida permitió a la guarnición, y a los ciudadanos que lo quisieron, reunirse con el ejército de Leganés conservando sus armas, municiones y bagajes, por lo que don Alonso pudo mantener en su poder la copia de la preciada reliquia.

Sabemos también que consiguió entregarla, en la villa del Castillo de Garcimuñoz, a su hermano el Dr. D. Andrés de Villamayor, entonces capellán de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, en enero de 1642, o a finales del año anterior. Pero las vicisitudes que tanto la reliquia como su portador corrieron en ese corto espacio de un año y medio resultan tan inverosímiles que, a no ser por la férrea determinación y voluntad que puso don Alonso en llevarla a su pueblo natal, habría que amparar su éxito bajo el manto de la omnipotente intercesión divina, dado que parece milagroso que lo consiguiera. Veamos los hechos.

El 14 de noviembre de 1640, apenas retirado el ejército a sus cuarteles de invierno, el Marqués de Leganés reformó el tercio de D. Luis de Gasca, sobre el que no tenía competencia directa dado que estaba adscrito al ejército de Alsacia, cuyo capitán general era D. Francisco de Melo de Braganza (Estremoz, 1597 – Madrid, 1651), conde de Assumar en Portugal, luego marqués de Torrelaguna en España, merced a su celebrada victoria sobre los franceses en Flandes (Honnecourt, 26.V.1642), posteriormente trocado por el de Vellisca. El caso es que, en cuanto pasó al Milanesado —recordemos que desde su llegada a Italia había servido en el Piamonte— el tercio de Trejo quedaba bajo la dependencia jurisdiccional del capitán general del territorio donde se hallaba, y Leganés aprovechó la coyuntura para incorporar sus soldados a su propio ejército. Los capitanes del tercio de Luis Trejo fueron privados de sus compañías y sus soldados repartidos entre otras, pasando aquellos a servir en los puestos que se les indicaran —algunos lo hacían como simples “picas secas”; es decir, sin la protección de una coraza, en la primera fila del despliegue de un tercio en combate— aunque disfrutando de la mitad de su sueldo anterior.

08 Carta
Fragmento de una carta del Secretario de Estado del Norte, Andrés de Rozas, dirigida al Presidente del Consejo de Italia, fechada en Madrid (5.VII.1640), donde le comunica la decisión del Consejo de Estado sobre «hauer reformado las tropas que se juntaban para el ex(érci)to del Tirol.» El nombre real de aquel ejército era, como hemos venido diciendo aquí, el de Alsacia, pero para llegar allí debían llegar a Alemania por el Tirol austriaco para reforzarse también con efectivos levantados en las actuales Austria, Bohemia y Alemania.
09 Francisco Melo
Francisco Melo de Portugal y Castro (Estremoz, 1597-Madrid, 1651) I Conde de Assumar (1636), I Marqués Torrelaguna (1642), titulo posteriormente permutado por el de Vellisca (1646). Fue gentilhombre de la boca de Felipe IV (1622), embajador ante Saboya, Lucca, Toscana y el Imperio (1632-1637) y virrey de Sicilia (1637-39). Había desarrollado siempre empleos cortesanos hasta que se le designó capitán general del llamado “ejército de Alsacia” (1639-41), que debía recuperar Breisach y cuya partida retrasaría hasta 1643. Sin embargo, Melo fue designado gobernador general de los Paises Bajos (1641-44), donde fue derrotado en Rocroi (1643). Fue también virrey de Aragón en 1647.

El caso es que, a finales de marzo de 1641, quizá envalentonado por la falta de reacción a su decisión anterior, el marqués de Leganés decidió reformar el resto de las tropas del ejército de Alsacia que servían en Milán e incorporarlas en el que él mandaba, el llamado ejército de Lombardía y Piamonte. D. Francisco de Melo, capitán general del ejército de Alsacia, protestó ante el rey (7.V.1641), y obtuvo con fecha 23.VI.1641, que se reprobara la acción de Leganés, que fue depuesto, y que se ordenase a su sucesor, el conde de Siruela, que “no tome un hombre solo de aquel ejército” (AGS, Estado, leg. 3353, f. 215). Pero entonces, todo ya no podía volver a su antiguo estado.

El tercio de Trejo, en el que D. Alonso fungía el cargo de sargento mayor — segundo puesto en la escala de mando— no podía retornar al mando de su primer maestre de campo porque éste, una vez reformado; es decir, roto unilateralmente su contrato de servicio, optó por volver a España, hecho que la reforma le habilitaba sin necesidad de justificación y ni siquiera solicitar licencia a sus superiores para hacerlo. Los avisos de Pellicer fechan su regreso a España el 26.II.1641, pero murió después en Madrid, el 17.IV.1641, a causa de una herida mortal recibida en un duelo. Aunque carecemos de constancia documental, no dudamos de que el tercio fuera rehecho en virtud de la orden de Felipe IV de 23.VI.1641, que debió de llegar a Milán, como muy pronto, 20 días más tarde; es decir, hacia mediados de mayo. Lo normal es que D. Alonso, una vez reconstituidas y reagrupadas las compañías, hubiera sido designado su nuevo maestre de campo; pero esto tampoco podía darse debido a que, para entonces, era prisionero de los franceses.

10 Historia

El suceso lo refiere, con harta y sorprendente meticulosidad, dada la todavía irrelevancia histórica de don Alonso, un notable personaje italiano de su tiempo, el militar, diplomático y escritor Galeazzo Gualdo Priorato (1606-1678), que sirvió a Holanda, Francia, Venecia, el Papado, a Cristina de Suecia y al Imperio, con aprobación, elogios y mercedes de todos ellos. Los franceses le honraron con el empleo de mariscal de campo de sus ejércitos en Italia y con el collar de la Orden de San Miguel; fueron ellos quienes le suministraron también la información que publicó en Dell’ Historia del Conte Galeazzo Gualdo Priorato. Parte terza (Venecia, 1648), pág. 52, donde leemos:

«Salió todavía, de la otra parte, la guarnición de Casale hacia Valenza para arruinar algunos molinos en el Po; pero, no prosperando el intento, acordaron retirarse tras haber apresado al español Don Alonso Villamayor, y otros que iban en su compañía, que dieron contra la partida de la caballería francesa mientras habían ido a tomar la muestra a las guarniciones de Valenza y de Breme» (pasaje traducido por el autor).

Las muestras de las guarniciones, como las de cualquiera otra unidad del ejército, eran competencia de los veedores, contadores y pagadores, llamados oficiales de pluma, o del sueldo, que no eran militares. Seguramente Don Alonso formaba parte de una pequeña escolta que acompañaba a uno de aquellos plumíferos —como despectivamente eran llamados por los soldados, entre otras razones porque tenían la facultad de borrar de las listas a todo a quien no consideraran apto para el servicio—, para cumplir la función que refiere el cronista, que los franceses conocieron por los interrogatorios de los prisioneros y el escritor por las revelaciones de aquellos. Seguramente habían partido de Alessandria, capital de la provincia de Ultra Po, y la segunda plaza en importancia del estado, tras la propia Milán. El relato está inscrito dentro de los acontecimientos del sitio de Ivrea por las tropas de Harcourt, que comenzó el 12 de abril de 1641; la prisión de D. Alonso puede datarse hacia finales de dicho mes.

11 Casale
La ciudadela de Casale, erigida en la equina N.E. de la plaza, en cuyo interior estuvo preso don Alonso.

Ignoramos cuanto tiempo permaneció preso, probablemente en la ciudadela de Casale del Monferrato, perteneciente al ducado de Mantua, que desde 1628 heredara la casa francesa de Nevers, y estaba presidiada por una fuerte guarnición de la misma nacionalidad, muy reforzada desde que, en abril de 1640, Leganés intentase tomarla por tercera vez en los últimos 12 años. Probablemente había sido capturado en el tránsito de Valenza a Breme, quizá ya cruzado el Po, pero todavía en sus inmediaciones, territorio habitualmente batido por la caballería francesa de la plaza. Lo normal es que no estuviera preso durante mucho tiempo, bien porque fuera intercambiado, lo que constituía una práctica habitual; bien porque se hubiera rescatado a su propia costa. Una vez en libertad, debió de regresar a Alessandria, donde habían quedado sus pertenencias, entre ellas la preciosa copia de la sábana. En todo caso, no volvemos a tener noticias suyas hasta medio año después, en el mes de noviembre de aquel año de 1641.

 

CULPADO POR LA PÉRDIDA DE MÓNACO.

Don Alonso había sido nombrado comandante de la guarnición española de Niza, último confín del Ducado de Saboya, que junto a las vecinas Villefranche-sur-Mer, el castillo de Saint-Hospice, en la punta del mismo nombre, al E. de la península de Cap Ferrat, que cierra por el oriente la bahía de Villefranche, y el castillo de Mónaco, perfectamente visible desde el fuerte de Saint-Hospice, estaban entonces custodiados por soldados españoles. Las tres primeras plazas mencionadas pertenecían al Ducado de Saboya, donde el cardenal Mauricio de Saboya, tío del Duque heredero Carlos Manuel II, nacido en 1634, aspiraba a convertirse en su tutor y regente a expensas de la madre de aquel, su cuñada la duquesa María Cristina de Borbón, viuda de su hermano Victor-Amadeo, que era hermana del rey Luis XIII de Francia y a la que éste apoyaba.

12 Niza
El castillo de Niza, ya desaparecido, ocupaba toda la colina que domina la ciudad vieja, separándola del puerto. La colina sigue donde estaba y el río Paulon sigue desaguando en el mar, pero ahora discurre subterráneamente bajo el boulevard que separa la Vieille-ville (en el grabado) de la moderna Neuf-ville, emebellecida con notables edificios decimonónicos.

La guerra civil entre ambas facciones se había encendido tras la muerte de Victor-Amadeo en 1637, pero las revueltas de Portugal y Cataluña y la debilidad militar española, estaban minando todas las lealtades de los príncipes de Italia hacia España, incluso la del príncipe de Mónaco, Honorato II Grimaldi, cuyo estado, que entonces incorporaba también las villas de Roccabruna (hoy Roquebrune-Cap Martin) y Mentone (hoy Menton), estaba acogido a la protección española por el tratado de Brujas de 7.VI.1524. Dicho príncipe conspiraba desde tiempo atrás con los franceses para expulsar a la guarnición española, lo que consiguió finalmente el 17.X.1641, hecho que relata pormenorizadamente Vittorio Siri en su Mercurio, Overo Historia de’ correnti tempi (Casale, 1644), págs. 602-610. Por cierto, Siri no menciona a D. Alonso en su relato, no haciéndole partícipe de los hechos.

13 Rocher de Mónaco
El impresionante Rocher de Mónaco, visto desde el E., todavía permite descubrir restos de sus antiguas fortificaciones. Pese a su inaccesible apariencia, por la parte opuesta de la foto dispone de dos rampas de subida, tanto para peatones como para vehículos.

Sin embargo, en una carta del Conde de Siruela, gobernador del Milanesado, al rey Felipe IV, fechada en Milán el 12 de mayo de 1642 (A.G.S., Estado, leg. 3356, no. 191), leemos lo que sigue: «En una real carta de V.M. de 16 de marzo de este año, … me manda V.M. decir como quedaba preso Don Alonso de Villamayor… Y en cuanto a D. Alonso de Villamayor ya he remitido a V.M. todos los papeles concernientes a su causa; en la cual, así como por el dañoso efecto de la pérdida de Mónaco, que sucedió por su culpa, sería digno de cualquiera demostración, así también lo es de la piedad de S.M., no pudiéndose creer que errase con la voluntad; si bien por haberse venido de Niza, e idose de aquí sin licencia, merece y pide el Real servicio de V.M. ejemplar castigo…».

De manera que, a fecha 16.III.1642, D. Alonso se hallaba preso en la corte de Madrid, acusado de haberse perdido Mónaco por su culpa, así como de haber salido de Niza y del Estado de Milán sin la precisa licencia. Seguidamente, intentaré reconstruir la secuencia de los hechos.

Tras lograr expulsar a la guarnición española de Mónaco, el príncipe Honorato II, que devolvió con el capitán español que mandaba en aquella plaza su collar del Toisón de oro, dio a la imprenta un manifiesto en el que pretendía justificar su actuación ante los príncipes europeos. La respuesta española la publicó J. A. de Abreu, en Colección de los tratados de paz, alianza, neutralidad, garantía, protección … hechas por los pueblos, reyes y príncipes de España (IV Parte, Madrid, 1750), págs. 1-9. Aquí, en las págs. 8 y 9, se refiere que «cierto ministro del Príncipe Mauricio de Saboya… que se mostraba entonces español», teniendo conocimiento de los planes de Honorato, «dio aviso al comandante de los españoles en Niza de lo que pasaba. Pero como la inconstancia de este Príncipe [Mauricio] es tan grande como bien conocida, y en aquel mismo tiempo estrechó sus tratados con los mismos franceses, habiendo mudado de opinión y juzgando que, mientras debía pasar a su partido le estaría mejor tener a aquellos en Mónaco que a los españoles, usó del artificio de despachar de Niza al referido comandante de estos, como sucedió, con el pretexto de que le enviaba al gobernador de Milán a darle parte de la pérdida inminente, a cuyo mismo tiempo, habiendo el Gobernador [Siruela] expedido órdenes al sobredicho Comandante, concernientes a prevenir la seguridad de la plaza, y tenido alguna noticia de que no lo encontraron en el camino, por haber caído en manos del Príncipe Mauricio, no sirvieron para ningún buen efecto y, entre tanto, fue fácil al señor de Mónaco entregar como quiso la dicha plaza.»

14 Honorato
Honorato II Grimaldi (Monaco, 24.XII.1597 – Idem, 10.I.1662), príncipe de Mónaco desde 1604 hasta 1662, aunque solo fue reconocido por España como príncipe soberano desde 1633. El 14.IX.1641 firmó en Péronne un tratado con Luis XIII por el cual sometía su estado bajo el protectorado francés, bajo reserva de todos sus derechos soberanos. A cambio, Francia le prestaría el apoyo necesario para expulsar a la guarnición francesa, lo que finalmente logró sin más ayuda que su ingenio.

De donde se infiere que D. Alonso no salió de Niza por voluntad propia, sino por orden del Príncipe Mauricio, en cuyo nombre la presidiaba. Que por dicha partida no llegara a su poder la carta en la que Siruela le ordenaba atender a la seguridad de Mónaco, no justifica en modo alguno que el gobernador le hiciera culpable de su pérdida. En cambio, un mes antes de aquel suceso; es decir, en octubre, el conde de Siruela había debilitado la defensa monegasca al ordenar que 100 soldados de su guarnición pasaran a reforzar la de Niza. De manera que bien pudiera achacarse la acritud del gobernador hacia D. Alonso como un intento de descargar sobre él la parte de responsabilidad que aquella decisión pudiera acarrearle; desde luego más decisiva para la suerte de la plaza de lo que pudiera haber resuelto para socorrerla D. Alonso de haber permanecido en su puesto. Además, el responsable último de la caída de Mónaco no fue sino su propio comandante, el capitán Caliente, que todavía aceptó disminuir más sus propias fuerzas, a indicación de Honorato II, enviando a 60 de sus hombres a alojarse en Roccabruna; y que la noche de autos, debilitó grandemente la guardia de los puestos al aceptar una traicionera invitación para cenar con el príncipe, extensiva a sus oficiales y los soldados libres de servicio; todos los cuales, según Siri, abusaron del vino generosamente dispuesto por Honorato. La suma de todo ello arrojaba que, de los 400 soldados de la fuerza teórica de la plaza, solamente 240 se hallaban presente en ella el día de su pérdida; de los cuales, casi un centenar, inhábiles para servir a causa de los abusos con la bebida.

Más difícil de interpretar es el párrafo donde se dice que D. Alonso había caído en manos del príncipe Mauricio, cuya veracidad no puede cuestionarse debido a su fuente: una respuesta diplomática oficial de la monarquía española. Desde luego, habiendo sido el propio gobernador de la plaza nizarda, el cardenal Mauricio de Saboya, quien le ordenara partir a Milán para dar cuenta a Siruela del riesgo que la monegasca corría, no le habría resultado difícil prevenir sus pasos y ordenar su interceptación, pero nunca a cara descubierta. Cierto que en junio de 1642 firmó la paz con su cuñada la Duquesa y pasó a servir los intereses de Francia, pero todavía estamos en noviembre de 1641 y entonces no podía arriesgarse a ningún paso en falso. Don Alonso debería haber partido de Niza por mar, desembarcando en Finale, Savona o Génova; quizá en ésta última por ser la ruta más corta y directa hacia Milán, vía Tortona. Pudo haber sido capturado por sicarios encubiertos del príncipe Mauricio, pero nunca actuando abiertamente como agentes suyos. Lo que ya escapa a toda comprensión es cómo, una vez libre de aquella pantomima, resolvió embarcarse para España, abandonando sus obligaciones militares. Quizá sorprendiera alguna conversación amañada de sus captores que le revelara un peligro cierto para su vida y decidiera escapar; en cuyo caso seguiría siendo inexplicable que pusiera rumbo a España en vez de a Milán.

Sigue sin cuadrarme, incluso considerando que la preservación de la Sábana hubiera tenido algún peso en su decisión. Ya sorprende bastante que decidiera llevarla con él en su viaje a Milán, pues siendo él comandante de la guarnición española de Niza, alojada en su castillo, que dominaba la ciudad (al O.) y su puerto (al E.), y habiendo de volver a él, salvo que fuera relevado de tal empleo, no parece que corriera gran riesgo allí, guardada en el baúl de sus pertenencias, que no eran las de cualquiera, sino la del oficial español de mayor graduación del lugar. Y máxime considerando que, en aquel desplazamiento, hubiera sido un estorbo llevarse todo su bagaje. Con todo, actuando como lo hizo, salvó la reliquia, dado que, de haber quedado en Niza, habría sido dificilísimo volver a recuperarla.

15 Maurizio
El cardenal Mauricio de Saboya (Turín, 10.I.1593 – Idem, 4.X.1657), hijo del duque Carlos Manuel de Saboya, el vencedor de la famosa batalla de San Quintín (VIII.1557), y de la infanta Catalina Micaela de Austria (1567-1597), hija del rey Felipe II de España. Era el gobernador de Turín y fue quien ordenó evitar que D. Alonso de Villamayor, castellano de su fortaleza, llegara a Milán para entrevistarse con el Gobernador conde de Siruela, a quien previamente le había ordenado visitar para darle cuenta del peligro que corría la guarnición española de Mónaco.

Cabe, finalmente, una posibilidad que, por extraña que parezca, cuadra además con la fecha que aporté en el artículo precedente sobre su regreso a España: finales de noviembre de 1641. Quizá fuera el propio Mauricio de Saboya, que mandaba en la plaza mediante un teniente de gobernador nombrado por él, y que aún la retendría en su poder a raíz de la paz firmada con su cuñada (junio de 1642), quien hubiera dispuesto que, al embarcar don Alonso en Niza, fuera llevado directamente a España. Intentando dar peso a esta extraña hipótesis, he tratado de localizar la fuente de la noticia que le hace en España desde finales de noviembre, pero no lo he conseguido. Con todo, de confirmase tal fecha, quedaría cerrado el paso a cualquiera otra elucubración porque necesariamente la fecha de su partida de Niza hubo de ser anterior a la pérdida de Mónaco (17 de noviembre), y la travesía Niza-Barcelona, en una goleta, no duraba menos de 8 días, siempre a golfo lanzado; es decir, sin tocar puerto, y contando con tiempo abonanzado.

Prueba de no hubo tal captura, o al menos que fue fingida, es que no fue privado ni de su peculio ni de la reliquia que portaba. Me pregunto por qué, si Mauricio tenía tanto interés en evitar que don Alonso llegara a Milán, no apeló al expediente de ordenar su muerte; pero siendo un cardenal de la iglesia, es de presumir que tal homicidio repugnara a su conciencia o a su capelo, quizá más a la primera que al segundo, dado que poco después renunciaría a él para casar con una sobrina suya, hija del Duque finado, una vez hecha las paces con su cuñada, madre de su esposa.

En todo caso, y volviendo a pisar terreno seguro, sabemos que regresó a España, aunque ignoramos donde tomó tierra. Dado lo adelantado de la negociación entre los príncipes de Saboya, la Duquesa y Francia, quizá por Cadaqués, Palamós o Barcelona, todas ya bajo consentido dominio francés, porque haberlo hecho en Rosas (única plaza que, con Tarragona y Tortosa, se mantenían por el rey de España en Cataluña), hubiera puesto en dificultades a los sicarios de Mauricio, mismo caso que de haber desembarcado en Vinaroz o en Cartagena, que además hubieran encarecido la travesía al ser más larga. En todo caso, supongo que, tras consultar las instrucciones del saboyano, que debían constar por escrito, con las autoridades de Barcelona, se permitió a D. Alonso, antes con salvoconducto que bajo escolta, salir del principado por la raya de Aragón.

Nuestro héroe, con su preciada joya, marchó entonces directamente a su pueblo, donde la entregó a su hermano Andrés, capellán de la iglesia del hospital de la Concepción, fundación de su familia, donde quedó depositada. Debió de permanecer un par de meses en Castillo de Garcimuñoz, solazándose en compañía de sus familiares, amigos y vecinos, antes de abordar la peliaguda situación que todavía debía de afrontar.

16 Carcel de Madrid
La cárcel de Corte de Madrid, que todavía se conserva, muy cerca de la Plaza Mayor. Ahora es la sede del ministerio de Asuntos exteriores.

En marzo de 1642 fue a la Corte a dar explicaciones de lo acaecido, donde nada más presentarse fue internado en prisión y comunicada ésta, como ya vimos, al gobernador de Milán, su acusador, el 16 de marzo. De su causa, que habría aclarado lo acaecido desde que salió de Niza, no he podido averiguar nada, ni por vía del Consejo de Guerra, ni por el de Italia, cuyos papeles conserva la sección de Consejos Suprimidos del Archivo Histórico Nacional, en Madrid. Pero sus explicaciones debieron de resultar tan convincentes, o probadas, ante sus jueces porque, tan solo 6 meses más tarde, le vemos de nuevo en los campos de batalla, ahora ascendido al empleo de maestre de campo y al frente de un tercio de infantería española de nueva leva, aunque ignoramos donde fue reclutado y donde pasó su primera muestra, fecha en que se recibía al sueldo real. Este hecho queda confirmado en las dos relaciones de servicios que conocemos del maestre de Campo Pedro Bayona de Villanueva (Burgos, 1598 – Madrid, 1678), futuro gobernador de Santiago de Cuba, que por entonces fue designado para servir el empleo de sargento mayor del Tercio de Villamayor: una manuscrita, datada en Madrid el 3.VI.1647 (AGI, Indiferente, 113, no. 52), la otra impresa y fechada en Madrid, 14.VII.1672 (AGI, Indiferente, 123, no. 112).

 

PARTE II. PERSEGUIDO POR EL INFORTUNIO HASTA EL FIN DE SUS DÍAS (1642-1646).

El 27 de julio de 1642 entraba en Zaragoza el rey Felipe IV para alentar con su presencia al ejército, que se reforzaba para recobrar la plaza de Lérida. A finales de agosto o primeros de setiembre debió de incorporarse a él, en Fraga, el tercio de bisoños del maestre de campo D. Alonso de Villamayor. El mando de las operaciones recayó en el mismo don Diego Felipez de Guzmán (Madrid, ca. 1580 – Madrid, 16.II.1655), I Marqués de Leganés (10.VI.1627), conocido hasta dicha fecha como Diego Mesía de Guzmán y Dávila dado que, al recibir el título marquesal, cambió sus apellidos; el mismo a quien atrás vimos depuesto en Italia. Pese a las presiones del rey desde Zaragoza, el marqués aguardaba la llegada de un cuerpo de ejército que, procedente del campo de Tarragona, debía unírsele para marchar sobre Lérida.  El día 24 dicho cuerpo llegaba a Albarca, el 25 a Vimbodi y el 26 a Borjas Blancas, de donde partió el 27 para acampar, desde el 29, en Torres de Segre, a escasos 20 Km. al O de Fraga. Con todo, Leganés no se movió hacia allá hasta el lunes 6, según el ayuda de cámara de Felipe IV, Matías de Novoa (Co.Do.In, 86, pg. 63), llegando al campo de Torres de Segre a las 8 de la tarde. «Y a las 3 de la noche del otro día mandó marchar todo el ejército hacia Lérida, tanto, que les salió el sol a media legua de aquella plaza.»

PRISIONERO EN SU PRIMERA ACCIÓN COMO MAESTRE DE CAMPO.

Leganés había perdido un tiempo precioso, dando lugar a que el enemigo le aguardara preparado, por lo que ya no tenía sentido fatigar a sus tropas antes de entablar combate. Aquella batalla, que se dio a 3 Km. al E. de Lérida, en la «colina de los cuatro pilares», el «Tossal de les Forques» o de las «horcas de Lérida», ha sido muy diversamente referida, prefiriendo aquí usar la carta inédita que el Maestre de campo portugués Simão Mascarenhas escribió a su pariente D. Jerónimo el 8 de octubre desde Torres de Segre. (B.N., Mss. 2374, f. 23-23 v., encuadernada dentro del volumen titulado «Sucesos del año 1642», de la colección Mascareñas). Comienza así:

«Marchamos toda la noche pasada para que, al amanecer, topásemos con el ejército enemigo, enviando delante alguna caballería e infantería suelta para atacar la escaramuza y dar tiempo a que llegara el grueso. No fue necesaria esta diligencia porque Mota aguardó en los puestos firme y unido con sus tropas en batalla. Nos fuimos acercando a la montaña que ocupaba y nos recibió con lindos cañonazos, con los cuales pasamos la mayor parte de la mañana. A medio día se trabó una pequeña escaramuza; la nuestra llevó la mejor (parte) y fue rompiendo la que el enemigo tenía en la vanguardia. Con esta apariencia de buen suceso, fueron avanzando los escuadrones de infantería, casi en desorden por imaginar al enemigo roto. Yo, como vi que nuestra caballería, aunque victoriosa, iba en gran desorden, hice alto y di voces a los demás tercios (para) que hiciesen lo mismo, porque luego volvería nuestra caballería rechazada y que, si nos cogiesen en marcha, nos podrían derrotar.»

17 Lerida
La magnífica vista de Lérida tomada del natural en 1563 por Anton van Winjgaerde (1525-1571). Aunque la colina de las Horcas, queda fuera de imagen, nos ofrece en cambio un primer plano de la huerta, escenario de la batalla de 1643. Ya en la villa, merece la pena recrearse en los detalles que nos ofrece, mucho más ricos y exactos que otros grabados posteriores sobre Lérida. Sorprenden la extensión del Burgo, el barrio de la otra parte del Segre, también llamado Cap de Pont y la riqueza detallista del fragmento inferior. En él se distingue, frente al convento carmelitano —que si está marcado—, la puerta de los Infantes, frecuentemente utilizada para las salidas de la guarnición de la plaza.

18 Lerida 2

El primero en lanzarse al ataque sobre la colina había sido D. Rodrigo de Herrera y Céspedes, comisario general del Trozo de las Órdenes, con 300 jinetes, secundado por otros 2.000 caballos, los regimientos de infantería del Príncipe y del Conde Duque y por el tercio de don Alonso de Villamayor, que siendo maestre de campo también iba a caballo. En el fragor de la lucha, don Alonso se adelantó mucho a sus hombres, peleando junto a ilustres santiaguistas como D. Alonso de Mercado y Villacorta, futuro gobernador de Cartagena de Indias y presidente de la Audiencia de Panamá; el gran poeta D. Pedro Luis Calderón de la Barca o el comisario general D. Juan de Terrazas, cuyo hijo, el alférez Martín de Terrazas, cayó prisionero junto a nuestro héroe. Habían logrado tomar la colina, pero la infantería francesa se rehízo y volvió a expulsarles de allí, persiguiéndoles hasta el llano, donde la prevención de Simão Mascarenhas, logró restablecer la situación. El experimentado sargento mayor del tercio de Villamayor, Pedro Bayona, logró sacarlo de la colina casi intacto.

La batalla prosiguió hasta el anochecer, sin decidirse a favor de ninguno de los contendientes. Mascarenhas volvió a conquistar la colina y se apoderó de 3 cañones, pero finalmente hubo de abandonarla para volver al llano. Su carta, escrita para ser leída solamente por el familiar a quien la dirigía, concluye así: «Cesó en esto la escaramuza de una y otra parte, [y] nos incorporamos los unos a la vista de los otros, a tiro de mosquete. El enemigo marchó con pérdida de 2.000 hombres y 3 piezas de artillería, muerto el general de la caballería y estropeado el maese de campo general y algunos prisioneros de cuenta. De nuestra parte, creo que no murieron 100 hombres, y cierto que no alargo a mucho, heridos 200.» Los franceses mantuvieron su favorable posición y Leganés retiró su ejército, sin ser molestado, a Torres de Segre, pero no alcanzó su objetivo de tomar Lérida, aunque no fuera vencido en la lucha, ni perdiera muchos efectivos. Sin embargo, los cronistas e historiadores, dependiendo del partido que sustentaban, desfiguraron mucho la realidad de los hechos, cada uno en pro de su causa. He leído algunos de sus relatos, tratando de hallar en ellos mayor noticia sobre el hecho concreto del apresamiento de D. Alonso, pero infructuosamente. También en las relaciones de servicios de los caballero jacobeos arriba mencionados porque todos ellos, según aquellas,  combatieron en la acción donde él debió de perder su caballo y quedar preso porque, de haberlo conservado, habría salido ileso como ellos, excepto el alférez aludido.

19 Batalla
El despligue en batalla de los ejércitos enfrentados el 7.X.1642, según la interpretación de Matthäus Merian. El grabado se publicó en el Theatrum Europaeum, 1674.

Pero lo que he visto son exageraciones sin cuento o falacias crudas. Por ejemplo, el catalán Miguel Parets, que compuso una larga crónica sobre la sublevación de Cataluña (impresa en el Memorial histórico español, tomos XX a XXV), remató así su versión de aquella batalla de las Horcas de Lérida (la del 7 de octubre de 1642, ya que hubo otra el 16.V.1644): «Duró el combate mientras dio luz el día para la pelea, y a la noche el enemigo se retiró muy silencioso, dejándonos señores del campo de batalla y de sus muertos, que pasaron de 400, todos de condición; entre ellos, D. Francisco Sanz, veedor general del trozo de las Órdenes; D. Rodrigo de Herrera, Comisario general del mismo trozo; D. Alonso de Lemos, Lugarteniente general de la artillería. Los prisioneros de calidad pasaron de 50, y otros muchos caballeros y soldados.» (XXIV, pg. 80).

La indumentaria, que era el único rasgo distintivo de los pudientes, era lo primero que se despojaba a un cadáver, de manera que al enterrar a estos no había forma de distinguir a los propios de los ajenos, menos aún de determinar su condición, ergo exagera interesadamente el autor en este punto, pasando a mentir con inaudita soltura en el siguiente. No podía ser D. Francisco Sanz veedor general de las Órdenes, empleo que detentaba desde 1642 Francisco de Unzueta, del que hay certificaciones en años posteriores. Por si pudiera haber sido pagador, contador o interventor, he buscado aquel apellido en los índices de los inventarios y catálogos de la Contaduría de Sueldo y de la Contaduría Mayor de Cuentas, del Archivo de Simancas, donde debería constar si alguna vez elaboró o revisó alguna cuenta o gasto realizado a cargo de la hacienda real. Aparecen varios con el apellido Sanz, pero ninguno llamado Francisco; ergo no cabe sino concluir que tan distinguido personaje no fue sino fruto de la torticera inventiva del autor. Tampoco murió en la acción D. Rodrigo de Herrera y Céspedes, caballero de Santiago, comisario general y capitán de una compañía del trozo de las Órdenes desde su formación hasta que, el 2.I.1643 obtuvo licencia del marqués de Leganés para ir a la corte a sus pretensiones, pero habría de aguardar hasta el 26.V.1643 para que Felipe IV le nombrara teniente de comisario general de España. Luego fungió el puesto de teniente general de la caballería del ejército de Extremadura, puesto que aun ejercía, siendo también comendador de Villarrubia de Ocaña, cuando falleció el 2.VII,1657 en Colmenar de Oreja, siendo inhumando en el monasterio franciscano de San Bernardino de Siena. Apuntemos, sin disimulo y en honor a la verdad, que ciertamente murió en aquella acción D. Antonio de Lemos y Taboada, que ni se llamaba Alonso, ni era lugarteniente de la artillería, sino maestre de campo de un tercio de nueva creación, levado en Galicia para la ocasión. Él pereció en una fase posterior de la lucha, cuando nuestro Don Alonso era ya preso. Valgan estas acotaciones para juzgar el resto de la obra comentada. Bien se ve que estos independentistas catalanes han sido siempre o desinformados, que no lo creo, o aviesamente disimulados, maliciosos, falaces, embaucadores, espurios, fulleros y felones, sin olvidar que irredentos sonambulistas de delirios imposibles, por mucha insolencia que viertan en sus malsanas soflamas,  actitudes y métodos. ¡Buenos epígonos de este Parets los Puigdemont, Torras y Cía. que nos tocan hoy día!

20 Barcelona
No consta documentalmente donde estuvo D. Alonso prisionero en Barcelona, aunque debió de estarlo en la cárcel pública, un edificio que estaba situado entre la plaza del Rey y la del Ángel, por cuya ala inferior discurría la Bajada de la Cárcel. Descartamos que lo hubieran enviado a Montjuich tanto por la mayor dificultad para evadirse como por el hecho de Bartolomé de Medina, también maestre de campo de infantería española, capturado en la misma batalla, y con seis heridas, fue conducido a la misma cárcel barcelonesa.

Su prisión duró esta vez más de un año, y hubo de ponerle fin apelando a la fuga. Conocemos los detalles por la «Copia de un capítulo de carta del P. Rector de Tarragona para uno de los nuestros», fechada en  Tarragona el 18.X.1643 y publicada también en el Memorial histórico español, tomo XVII (quinto dedicado a las cartas de jesuítas). Allí en la pág.  355, leemos: «Por D. Juan de Villamayor, que era maese de Campo de un tercio y estaba preso en Barcelona, se había hecho diligencia para trocarlo con otro monsiur que nosotros teniamos preso, y no querían darlo los franceses si no daban además del prisionero 2.000 escudos en oro. Viendo esto el D. Juan y que estaba en una prision muy estrecha, se resolvió a hacer sus diligencias para escaparse, teniendo por menor trabajo el morir de una vez que el estar padeciendo tantas muertes con el mal tratamiento. Estaba con él un criado suyo preso, y los dos se quitaron el uno al otro las prisiones con grande trabajo y con mayor rompieron con grande cuidado una pared de piedra y hicieron un agujero capaz para poder salir un hombre. Salieron de noche y dieron en un terrado; de aquel se arrojaron a un patio y se escondieron hasta que al amanecer, abierta la puerta, tuvieron el paso franco. Salieron a la ciudad, donde estuvieron aquel dia encubiertos hasta que fue hora de cerrar las puertas. Ya tenían compradas espadas y, con grande disimulo, con la gente que de la ciudad salía, se salieron entre ellos. Viéndose ya fuera, no podían ir por camino derecho, por no ser sentidos y vueltos á la prisión. Tomaron unos despoblados, donde encontraron algunos soldados con quien tuvieron choques, y a punta de espada se libraron. Lo que más les apretaba era el hambre y fue en tan grande extremo que el Don Juan de Villamayor se cayó desmayado, sin poder dar paso. Acertó a pasar un labrador y el criado le pidió por amor de Dios algún pedazo de pan. Él debía de ser misericordioso, dióle pan y vino y de lo que llevaba, y pagáronselo bien, y además les dió unos panes, con que despues de varias fortunas llegaron a Zaragoza, amo y criado. S.M. le mandó volver al tercio y le dió una ayuda de costa. Es buen soldado aunque no ha sido dichoso hasta ahora.»

Pese a la confusión con el nombre, que siempre solían escribirse en abreviatura (Juan, Juº; Alonso; Alº), pero con una iniciales tan enrevesadas que a menudo tornaban muy difícil el reconocerlas) —que favorece aquí el hecho de no reproducirse un original, sino una copia—, no cabe duda de que se alude a nuestro don Alonso. No hubo entonces, ni después, otro maestre de campo de infantería española de aquel apellido y también sabemos, por la relación de servicios de Pedro Bayona de Villanueva, sargento mayor del tercio, que él quedó al frente del mismo durante la ausencia de su jefe, mandándolo ya en el asalto al castillo de Aitona, cinco días después de la batalla de las Horcas, «donde fue de los primeros que escalaron la muralla».

Sin embargo, en la dicha relación no constan más acciones del tercio durante la prisión de su comandante. Y es sorprendente porque el día de Santiago de 1643 se dió un nuevo combate a vista de Lérida, en Vilanoveta, una de las dos barriadas de la otra parte del Segre, junto a la del Burgo, única que estaba unida a la villa por un puente. En la relación de méritos del capitán de corazas cacereño don Francisco Ova de Rol, se le da el nombre (no al barrio, sino al combate) de las Huertas de Lérida. Pero en la relación del sargento mayor  Bayona, a la mencionada toma del castillo de Aitona, siguen las de Balaguer y el castillo Ager, ambas en 1644, tras la conquista de Lérida, y con el maestre de campo incorporado ya en su tercio.

Era caso corriente que, tras salir de una larga prisión enemiga, se concediera un permiso al liberado para reponerse en su casa al menos durante uno o dos meses.  No hay razones para suponer que no se diera en el caso de don Alonso. La única hubiera sido por su propia renuncia a tomarlo —que algún caso hubo, aunque raro—, máxime considerando la época en que consiguió escaparse, coincidente con el parón invernal de las operaciones militares y la retirada del ejército a los cuarteles. Cierto que apunta la relación que Felipe IV, en Zaragoza, le ordenó volver a su tercio, cosa a la que estaba obligado, sin precisar orden regia, para «aclarar su plaza», como el más raso de los soldados; además de no tocar al rey la concesión de licencias (nombre que se usaba entonces en lugar de permisos y que hoy tiene una significación bien diferente), sino a los capitanes generales del repartimiento militar donde servía el sujeto. De manera que, sin confirmación documental ninguna, podemos abrigar la certidumbre de que don Alonso volvió al Castillo, quizá por última vez en su vida, al menos durante los meses de enero y febrero de 1644.

 

LA CAMPAÑA MILITAR DEL AÑO 1644.

21 Martín de Mújica
El maestre de campo guipuzcoano don Martín de Mújica Butrón (1584-1649), caballero jacobeo y relator de la campaña de 1644, que el 30 de diciembre de aquel mismo año fue designado gobernador y capitán general de Chile, donde moriría sin llegar a cumplir su mandato.

Ya quedó dicho que, en la relación de servicios de Pedro de Bayona, no consta que éste sirviera en la campaña del año que tratamos, salvo en la parte final de la misma; es decir, en las conquistas de Balaguer y Àger. Quizá el sargento mayor se ausentara por enfermedad porque el tercio, y con él su maestre de campo, asistieron a toda ella desde que el rey Felipe IV revistara personalmente a las tropas en Berbegal, el 2 de mayo de 1644 (Co.Do.In. 95, p. 367). La misma fuente refiere que el ejército avistó la ciudad al atardecer del sábado 8 de mayo y que, el día siguiente, a las 9 de la mañana, ya estaba en perfección un puente de barcas sobre el Segre, en el barrio de Vilanoveta, para cuya protección y la seguridad del bagaje y artillería, que quedó también allí,  fue señalado entre otros el tercio de Don Alonso, todos bajo el mando del general de la artillería Francesco Tuttavilla (1604-1679), futuro Duque de San Germano (1650), virrey de Navarra, Cerdeña y Cataluña. Es probable que el tercio permaneciera en aquel puesto mientras se disputó la batalla contra el socorro francés, al mando de Philippe de la Motte-Houdancourt, el 16 de mayo, de nuevo sobre la colina de las Horcas, donde los franceses fueron completamente derrotados, porque ni la relación anónima aludida, publicada en la Co.do.In., ni el diario de la campaña, ni el completo relato del asedio escrito por el maestre de campo D. Martín de Mújica (estos últimos en el Ms. 2376 de la B.N.), le hacen partícipe de aquella resonante victoria donde los franceses sufrieron 2.500 muertos y casi el doble de prisioneros; de ellos, 700 oficiales.

Sin embargo, el tercio tomó parte en el asalto a la colina de Gardeny, extramuros de la villa, donde había un fuerte, una ermita y un molino, estos últimos ocupados tras dos ataques. En el primero de ellos (12.VI), mandado también por Tuttavilla, tomaron solamente parte los tercios de Villamayor y Gianbattista “Titta” Brancaccio, que tomaron la ermita, pero no pudieron fortificarse a tiempo de resistir la salida de la numerosa guarnición ilerdense, siendo finalmente desalojados con más de 150 bajas entre muertos y heridos (Ms. 2376, fol. 90 v.). Al anocher del día siguiente, reforzado Tuttavilla

22 Batalla de Lerida
Grabado de Sébastien Pontault, Chevalier de Beaulieu, que representa una batalla ante Lérida que data en 1644. Ignorando detalles como la pérdida del populoso arrabal que se prologaba hasta la puerta de los Infantes (derecha), la extrema separación entre el fuerte de Garden y la villa, o la desaparición de las barriadas de ultra Segre (el Burgo y Vilanoveta), el autor desarrolla una batalla en la huerta leridana, donde solo se produjo la del día de Santiago de 1643. Lástima que tan buen manejo del buril se empañe con tan pobre documentación.

con los tercios de D. Nuño Pardo y D. Esteban de Azcárraga, repitieron el éxito anterior, fortificando toda la noche los puestos más ventajosos contra las salidas de la plaza. Refiere D. Martín de Mújica que «el día siguiente (13.VI) el enemigo, más numeroso, acometió resuelto, pero fue rechazado del valor de los maestres de campo don Nuño Pardo, Villamayor y Brancaccio, siguiéndoles hasta las murallas, haciendo mucho daño en ellos, pero también recibiéndolo de las murallas.» (Ibid, fol. 140 v.). El castillo de Gardén/Gardeny, en la cima de la colina, acabó por capitular el 16 de junio.

Lérida capituló igualmente su rendición el 30 de julio, saliendo su guarnición el ultimo día del mes. Felipe IV entró en ella bajo palio,  el domingo 7 de agosto. Dentro de la villa, formados en la plaza, «frontero a la posada de S.M.» se hallaban la coronelía del Príncipe, «el tercio de Don Alonso de Villamayor y algunas escuadras de las conductas sueltas de Castilla que aún no estaban agregadas»; los tercios de Aragón, y, por último el Tercio de Valencia.» Añade el relator (Co.do.In, 95, pg. 444), que «los demás tercios se hallaban en batallón en el campo.» Antes de que el rey partiera de Lérida, D. Felipe de Silva, el capitán general del ejército y virrey nominal de Cataluña, renunció a su cargo para retirarse a su casa (16.VIII). Felipe IV intentó persuadirle, sin conseguirlo, y hubo de nombrar en su puesto a Andrea Cantelmo. Silva, que había sufrido una peligrosa enfermedad en Zaragoza (feb./marzo del mismo año), se retiró a Villaseca, de donde le obligaría a salir Felipe IV para acompañarle nuevamente a Zaragoza en 1645.

23 Felipe de la Motte
Felipe de la Motte-Houdancourt (1605-1657), mariscal de Francia (1642), duque de Cardona y virrey jurado de Cataluña en nombre de Luis XIII y de Luis XIV. La pérdida de Lérida le costó no solo el puesto, sino 4 años de prisión en un castillo, hasta su perdón en 1648.

Además de la guarnición, una parte del ejécito sitiador quedó acuartelado en las fortificaciones, partiendo el resto a cuarteles de verano, dado que el calor no permitía la continuación de las operaciones. Sin embargo, Felipe de la Motte-Houdancourt emprendió el sitio de Tarragona, con el apoyo de una escuadra naval francesa. El 2 de setiembre se ordenó el regreso de los tercios al campo de Vilanoveta, junto a Lérida. El autor del diario mencionado, al folio 108 v., escribió: «De Lérida, a 14 de Setiembre.  El ejército no se ha juntado hasta agora y, así por esto, como por otras razones, me parece nos habremos de detener 6 u 8 días más. Mucha gente falta, así huida como enferma, y los cabos lo están. Así Mortara con tercianas dobles y Cantelmo con enfermedad más peligrosa y sangrado tres veces; de manera que en este estado quedamos. El enemigo aprieta a Tarragona. No se ha adelantado demasiado y cada paso le cuesta mucha gente. Según se dice, no es mucha la que tiene con que espero tendremos buen suceso.» El objetivo era marchar al socorro de la plaza sitiada, pero no hubo lugar, porque la Motte-Houdancourt levantó su campo sobre ella el 14 de dicho mes, con cuya noticia, recibida el 16, el diarista concluyó su trabajo. Tampoco el maestre de campo Mújica siguió su relato más allá de la entrada de Felipe IV en Lérida, de manera que, para las operaciones finales de la misma, habiendo perdido a los guías que nos habían acompañado, será más sucinto el relato.

24 Andres
Andrés Cantelmo (Pettorano, Italia, 2.VIII.1598 – Alcubierre, Huesca, 5.XI.1645), había alcanzado el generalato de la artillería del Ejército de Alsacia en 1638, pasando luego a Flandes como maestre de campo general del ejército contra Holanda. Llamado a la Corte a finales de 1643, actuó primero como consejero de Felipe IV, al que acompañó en su entrada en Lérida (7.VIII.1644) y una semana más tarde, al dimitir Felipe de Silva, fue nombrado capitán general del ejército de Cataluña. La derrota en Sant Llorenc de Montgai selló su carrera. Relevado del mando, se le compensó con el gobierno de las armas del reino de Navarra, pero murió de enfermedad sin haber tomado posesión del cargo.

Tampoco el catalán Parets, tan rico y minucioso en detalles cuando se trata de glosar los éxitos rebeldes, se alarga en detalles, aunque al menos las menciona en el capítulo 164 de su obra (Mem. Hist., XXIV, p. 166). Dice que Balaguer estaba mal fortificada y solo con guarnición francesa. Se le puso batería por ambas partes del Segre y su gobernador, desesperado de recibir socorro, la rindió con la condición de que la guarnición saliera libre. No aporta ni el nombre del gobernador ni la fecha, ni a quien la rindió, que conocemos por otras vías; el primero era Des Essars, la fecha el 29 de setiembre y el comandante realista Andrés Cantelmo (1598-1645). En esta operación participó el tercio de Villamayor, como sabemos por Bayona, que no menciona la subsiguiente, en la que también hubo de tomar parte el tercio, aunque él no se señalara particularmente en ella: la toma de Agramunt, que se rindió el 6 de octubre. Tampoco aporta esta fecha Parets, que añade que se rindieron a la primera intimación de un trompeta y que a dicho lugar habían retirado «los del llano de Urgel toda la cosecha y panes con que el castellano proveyó su ejército y Lérida cuanto quiso porque había muchísimo trigo.» Dice también que Felipe de la Motte-Houdancourt estaba quieto en Cervera porque ni para defender dicha plaza tenía suficiente gente. En cuanto a Àger, señala que su guarnición era enteramente catalana, a cargo de D. Felipe Erill, con su tercio y parte del de Sacosta. Afirma que la Motte intentó socorrerlos, aunque sin éxito, que la guarnición pasaba hambre porque «los cogieron los sitiadores sin prevención alguna, con que se hubieron de rendir los nuestros a merced.» Siendo rebeldes, no la obtuvieron y los 300 hombres que la guarnecían fueron llevaron prisioneros a Castilla «sin querer admitir trueque, aunque les daban 2 y 3 de los suyos por uno de los nuestros».

25 Luis
Luis Méndez de Haro (Valladolid, 1603 – Ma-drid, 26.XI.1661), VI marqués del Carpio, I duque de Montoro, II conde-Duque de Olivares, ministro de Estado y valido de Felipe IV.

Parets concluyó su breve relato y capítulo afirmando que los castellanos se fortificaron y guarnecieron Àger «y nuestras tropas [de socorro] se retiraron a Cervera, que estábamos ya en Noviembre.» Pero tampoco en esto es exacto. Àger se rindió el 21 de octubre, como sabemos por una carta escrita desde el propio campo ante la villa por el conde de Chinchón al marqués de Leganés (Col. Salazar, RAHE, A-89, fols. 104-105). Pero no fue aquella la última de las operaciones bélicas de aquella campaña. Antes de retornar a Cervera, los franceses intentaron sorprender y recuperar a Agramunt, pero la rápida actuación del ejército que había tomado Àger volvió a ponerlos en fuga. Las primera noticia sobre ello (25.X), aportada por el general Geri della Rena, marqués de Giovagallo, hablaba de retirada francesa al aparecer las tropas españolas, pero tanto el conde de Monterrey (25.X) como Fernando Ruiz de Conteras (26.X), en sendas cartas a D. Luis Méndez de Haro, que viajaba hacia Zaragoza, dan a entender que hubo lucha y que los franceses fueron derrotados.

Este D. Luis Méndez de Haro y Guzmán (1603-1661), II conde-duque de Olivares entre otros títulos nobiliarios, había sucedido a su tío como valido del Rey. Fue él quien, en una junta de guerra habida en Zaragoza, resolvió licenciar a las tropas aragonesas, para que cada cual se sustentara a su costa en sus casas, y acuartelar al resto del ejército en el Reino de Aragón (27.X). Al tercio de Villamayor le cupo hacerlo en torno a la ciudad de Huesca. Un curioso documento, hallado en un no menos impensable archivo toledano (Arch. Hist. de la Nobleza, FRIAS, C.138, fol. 896 r. y v.), nos muestra la distribución de los 431 hombres que integraban el tercio en diciembre de aquel año, que no me resisto a transcribir por su enorme rareza, aunque he creído mejor ajustar la toponimia que consta en él a las denominaciones actuales.

«CUARTEL DEL TERCIO DE ALONSO DE VILLAMAYOR

26 Bolea
Bolea, en un altozano que se eleva sobre la Hoya de Huesca y remata su antigua colegiata.

1) El Maestre de campo, con 38 hombres en Bolea y Puibolea.

2) El capitán D. Antonio de Sotomayor, con 15 h. en Tabernas de Isuela; el alférez con 10 h. en Vicien.

3) El Sargento Mayor (cuyo nombre no se cita, pero era Juan Pacheco, que moriría junto al MdC en el socorro de Lérida, el 21.XI.1646) y un ayudante, y el capitán D. Tomás Deza con 45 h. en Ayerbe, y 2 h. en Biscarrués.

4) El capitán Pedro de Bayona, con 19 h. en Lupiñén; el alférez con 9 en Plasencia del Monte y 7 h. en Ortilla. Este capitán había sido sargento mayor del tercio desde su formación y, según su relación de servicios, continuó siéndolo hasta que, en 1646, tras la conquista de la villa y castillo de Casteldans, fue nombrado su gobernador. Pero aclara la presente relación que había perdido anteriormente su condición de sargento mayor, por circunstancias que desconocemos y que él mismo tuvo la voluntad de ocultar, quizá para evitar el empañamiento de sus méritos.

5) El capitán D. Juan de Aspe, con 15 h. en Loporzano; el alférez con 13 h. en Santa Olaria la Mayor (despoblada, pero existía en el siglo XIX, part. de Huesca, dependiendo de ella La Almunia del Romeral), 2 h. en Chibluco y 2 h. en San Julián de Banzo.

6) El capitán D. Juan de Ayala, con 10 h. en Quicena; el alférez con 6 en Bandaliés; 8 h. en Sipán; y 2 en Fornillos de Apiés.

7) El capitán D. Pedro de Cantos, con 17 h. en Lierta; el alférez con 15 en Apiés y 4 en Santa Eulalia la pequeña (hoy Santa Eulalia de la Peña).

8) El capitán D. Jerónimo Molina, con 32 h. en Loarre.

9) El capitán D. Fernando de Ochoa, con 10 h. en Igriés; el alférez con 5 en Fabajes (hoy despoblado).

10) El capitán D. Pedro Bustillos y el alférez, con 19 en Murillo de Gállego, 3 en Morán y 4 en Santa Eulalia (hoy Santa Eulalia de Gállego).

11) El capitán D. José Ceballos, con 2 h. en Banariés; el alférez con 5 h. en Pompenillo; 4 h. en Cuarte y 5 en Huerrios.

12) El capitán D. Diego de Zúñiga, con 14 h. en Aniés; el alférez con 9 h. en Nueno y 4 en Loscorrales.

13) El capitán Jaime Camarasa, con 5 h. en Mormesa (hoy despoblado); el alférez con 5 h. en Quinzano.

(f. 896 v.) 14) El capitán D. Alonso Moral, con 10 h. en Barluenga; el alférez con 7 h. en Bandaliés, 6 h. en  Sasa del Abadiado y 6 en Castilsabás.

15) El capitán D. Pedro de Ontaneda, con 10 h. en Yéqueda; el alférez con 6 h. en Arascués, 6 h.  en Alerre y 6 h. en Banastás.

16) La compañía de D. Diego de Arenqués (que se hallaba prisionero), con 13 h. en Chimillas.

17) El capitán D. Diego Hurtado, con 5 h. en Sarsamarcuello; el alférez con 5 h. en Santa Engracia de Loarre; 4 en Linares y 10 h. en Rasal.

18) El capitán D. Jerónimo Caso, con 5 h. en Riglos; el alférez con 6 h. en Senegüé; 5 h. en Estallo, 7 h. en Aquilué y 4 h. en Esposa.

 

CAMPAÑAS MILITARES DE LOS AÑOS 1545 Y 1546.

Quizá me haya extendido en demasía y quisiera ahora abreviar. Pero no puedo pasar por alto uno de los más importantes acontecimientos de su vida personal, la concesión del título de caballero de la Orden de Santiago, aprobada en el Consejo de las Ordenes el 18.III.1645, tras unas minuciosas y voluminosas pruebas (que se conservan incompletas), realizadas por el caballero Juan Luis de Berrio y el Licenciado Murillo de Montemayor. El problema surgió porque un testigo del Castillo puso en cuestión, por referencias que él mismo juzgaba inciertas, la limpieza de sangre de los Caballón; hecho que obligó a los informantes a multiplicar sus interrogatorios y pesquisas. Nada menos que 81 testigos interrogados (42 en el Castillo, 16 en Moya, 17 en Valencia y 6 en Pinarejo), y la exhaustiva consulta de documentos eclesiásticos y civiles en Castillo de Garcimuñoz, fueron precisos para que los informantes evacuaran su informe favorable para el despacho del título (13.III.1645), que el Consejo aprobó no sin antes consultar los expedientes de otros Caballones (Diego Mauricio y Francisco), como se expresa en su resolución.

27 Ucles
La conventual santiaguista de Uclés en un grabado decimonónico (1853).

Para vestir el hábito faltaba un trámite, la profesión, que habitualmente se celebraba en la conventual de Uclés, matriz de la Orden, tras una prolongada estancia de enseñanza, recogimiento y oración que generalmente superaba el mes.  Pero en tiempos de guerra, máxime siendo el sujeto un alto cargo militar, cabían múltiples excepciones. He visto casos de profesiones celebradas incluso en conventos de monjas de la Orden, como también una cédula real en que se ordenaba recibir la profesión en la Orden jacobea a un militar que iba destinado a Flandes, «residiendo 4 días en un convento de la Orden de San Agustín, en Flandes o en Lorena.» Lo cierto es que ignoramos donde y cuando profesó don Alonso, probablemente en algún convento aragonés, en abril o mayo, como muy tarde, del mismo año; siempre antes del comienzo de la campaña. No sería la suya una de aquellas brillantes ceremonias donde cada uno de los diferentes invitados le imponían alguno de los signos distintivos de su condición de caballero (hábito, reservado al padrino; capa, espuelas, estoque, venera, etc.), pero no nos cabe duda de que, antes de salir a campear aquel año de 1645, lucía ya en su pecho la cruz roja de Santiago.

28 Enrique
Enrique de Lorena (1601-1665), conde de Brionne, Armagnac y de Harcourt, caballero de de Sancti Spiritus, segundo virrey de Cataluña (enero 1645) por Luis XIV. Aunque obtuvo un resonante éxito en la batalla de Sant Llorenc, su derrota ante Lérida el año siguiente le costaría el puesto y su ascenso a mariscal de Francia, cuyo bastón nunca consiguió.

Aquel año de 1645 los franceses enviaron grandes refuerzos a Cataluña, operando con dos ejércitos: uno al mando del Conde de Harcourt, el mismo al que ya vimos ante Turín, ahora nuevo virrey, con 3.000 caballos y 9.000 infantes, sin contar ni las guarniciones ni las tropas catalanas. El otro, al mando del teniente general Cesar de Choiseul, conde du Plessis-Praslin, con 11.000 infantes y 1.500 caballos, bajó exprofeso de Francia para poner sitio a la plaza Rosas en combinación con una armada naval, mientras que el primero cerraba el paso a los socorros que pudiera prestarle Andrea Cantelmo. Rosas hubo de capitular el 26 de mayo, pero salvo la nueva guarnición todo el ejército sitiador, incluido su jefe, ascendido a mariscal de Francia, fue enviado a Italia. Ello no obstante, Harcourt, más resuelto al combate que su antecesor, el 15 de junio se dirigió a Camarasa, dispuesto a pasar el Segre. Tras apoderarse del puente de aquel lugar, situó ventajosamente a su ejército en las alturas de Les Quadres, que dominaban la plana de Sant Llorenc de Montgai, hoy parcialmente anegada por un pantano. Cantelmo atacó un combate (22.VI) que debería haber eludido al no tener junto a todo su ejército y, tras solo dos horas de lucha, 3 trozos de caballería italiana y 5 tercios de infantería (Valenzuela, Navarra, D’Amato, Duque de Laurenzana y van der Stratten), cayeron en poder de su rival, con unos 2.000 prisioneros, además de algunos significados jefes militares, como el maestre de campo general marqués de Mortara o el general de la artillería Francesco Tuttavilla, que consiguió escapar, ya cautivo, arrojándose al Segre. De todos ellos da individual noticia Parets (págs. 198-203), como antes lo hizo del combate (195-198).

29 El segre
Fragmento de un grabado de Nicolás Cochin, sobre dibujo de Sébastien de Pontault de Beaulieu que esquematiza las operaciones que se sucedieron desde el 15 al 22 de junio, entre Camarasa, Gerb y Llorens, así como los cruces de los ríos Segre y Noguera Pallaresa.

El tercio de Villamayor, que formaba en uno de los tres cuerpos en que Cantelmo había dividido su ejército, ni siquiera pudo tomar parte en la acción. Visto el rápido desenlace de la primera embestida francesa, tras recoger a los que pudieron escapar, entre ellos al capitán general Cantelmo, se retiraron a Balaguer, donde se fortificaron en la colina del Santo Cristo y en las ruinas de Almatà, antigua población árabe a los pies de la colina mencionada. Harcourt bloqueó la plaza desde primeros de julio, impidiendo la entrada de víveres, pero no pudo evitar que Cantelmo, con 2.000 caballos, saliera de ella la noche de 21 de dicho mes, burlando la vigilancia de la caballería de Henri de Bourcier, barón de Saint-Aunès, un teniente general francés que ya había servido al rey de España y que volvería a exiliarse en la corte madrileña, donde murió asesinado en 1568.

30 Flix
La villa y castillo de Flix, junto al Ebro, en otro grabado francés de la época.

Simão Mascarenhas quedó al mando de la guarnición, determinado a resistir hasta que pudiera ser socorrido. Pero Cantelmo había perdido el control mando en beneficio de Felipe de Silva, a quien Felipe IV había mandado llamar de su retiro toledano. Aunque tocado por la enfermedad que le llevaría a la tumba, en Zaragoza, en diciembre de aquel mismo año, obedeció Silva y, desde Lérida, dispuso una maniobra de diversión para obligar a los franceses a sacar tropas de aquel cerco. El sorpresivo ataque sobre Flix tuvo éxito (27.VIII), pero resultó efímero porque los franceses, aunque obligados a sacar tropas de Balaguer, recuperaron la plaza a primeros de setiembre y lograron restablecer la situación. Tampoco logró Silva meter víveres en la plaza asediada y Mascarenhas se vio obligado a capitular ante D’Harcourt, en su propio cuartel de Termens, el 19 de octubre. Constaba el acuerdo de 13 pactos, de los que Parets solo reprodujo 11, aunque todos ellos pueden consultarse en la Colección de los tratados de paz de España. Reinado de Felipe IV. Parte IV, pág.  571. De ellos nos interesan el II y III, que reproduzco seguidamente:

31 Balaguer
La villa de Balaguer, su castillo y la colina del Santo Cristo, donde había un convento y las ruinas de un antiguo castillo.

II. Que todas las tropas, así de infantería como de caballería, que se hallan en la plaza, saldrán en el dicho día [el 20], a las 8 de la mañana, libres las vidas, … con armas, caballos y bagaje, y serán conducidas hasta Fuenterrabía, con buena y segura escolta, pasando por Cataluña, Rosellón, Languedoc, Guienna y Bearne; por cuyo camino más corto y más cómodo, andando en Cataluña y Rosellón 2 leguas por día, y en Francia 3. Tendrán de 5 en 5 días uno de descanso, haciendo toda su marcha en 2 meses, 4, o 5 días más o menos.

III. Se les proveerán 30 carros, y otros tantos caballos, o machos hasta Fuenterrabía por el sobredicho camino, para llevar sus bagajes, oficiales, y soldados enfermos.

Refiere Parets que salieron 2.000 hombres de la plaza, que Simão Mascarenhas enfermó a los pocos días y que falleció llegando a Martorell, donde la expedición debió de pernoctar el 26, tras haber consumido anteriormente el primer día de descanso. El 27 debió de hacerlo en Sant Andreu de la Barca, 7,3 Km. al S. (casi legua y media) y el 28 Sant Feliu de Llobregat, 11,3 K. al S. (casi las 2 leguas previstas). Lo anterior se deduce del mismo autor, única fuente —aunque incompleta— sobre los tránsitos de los prisioneros por Cataluña, que afirma que el domingo 29 debían de partir de Sant Feliu de Llobregat para pernoctar en Sant Andreu de la Barca. ¿Por qué este viaje de ida y vuelta? Porque había que exhibir a los prisioneros cerca de Barcelona, concretamente, en el camino a Sarriá, en un paraje que llama la Cruz de Bargalló, que ya no recoge la toponimia actual. Dice más, que «salió a verlos la mitad de Barcelona; había famosa gente y lucidos cabos, pero venían muy flacos, débiles y estropeados: traían mucho bagaje.» Supongo que aquel día, hubieron de regresar a San Feliù, unos 9 Km. al S.O., porque considerando los 2 trayectos casi hubieran cubierto 3 leguas de recorrido. Después, solo sabemos que también pasaron por Hostalric y que debieron cruzar la frontera por el Perthus. El único testimonio que he podido acopiar de aquella travesía de la práctica totalidad del sur de Francia, de E. a O, nos los ofrece el barón de Blaÿ de Gaix en su Histoire militaire de Bayonne (1905), pág. 171. Allí leemos: «Cette raison d’économie valut à la garnison espagnole de Ballague sa mise en liberté; cette troupe, après avoir traversé le Languedoc, se présenta à Urt sur les bords de l’Adour, passa cette rivière, et gagna Fontarabie par le pays de Labourd (11 décembre 1645).» [Esta razón de economía valió a la guarnición española de Balaguer su puesta en libertad; esta tropa, después de haber atravesado el Languedoc, se presentó en Urt, sobre la ribera del río Adour, cruzó dicho rio y ganó Fuenterrabía por las tierras de Labourd (11.XII.1645).]

32 Fuenterrabia
Fuenterrabía, en la desembocadura del Bidasoa y frente a la francesa Hendaya, no podía alojar entre sus murallas a todos los capitulados de Balaguer. Cierto que, poco más al sur, podía contarse con Irún; pero tampoco bastaría con esta para que los recién llegados podaran reposar de tan largas fatigas padecidas.

He intentado cotejar dicha fecha con otras fuentes, incluso consultado los fondos documentales del Archivo municipal de Hondarribia, que tantas noticias aportan sobre llegadas de prisioneros a la plaza, sobre todo su número cabal; pero tal información, que con seguridad debió de tratarse en alguna sesión de su concejo de aquellos días, y por tanto constar en el libro de actas, no está aún disponible en la web de los Archivos de Euskadi  (Dokuklik). Si fuera cierta la fecha aportada, que no hay razón para cuestionarla, los prisioneros habrían cubierto los 998 Km. de su recorrido (310 en España y 688 en Francia) en 52 días, a una media de 19,2 km. diarios. Pero considerando que habrían consumido 8 días de descansos (desde el 25.X al 5.XII), la media real de la marcha fue de 22,7 Km. diarios. De acuerdo con las capitulaciones, los enfermos que no hubieran podido continuar aquel infernal ritmo de la marcha habrían recibido atención hospitalaria hasta su curación, recibiendo después un pasaporte para continuar su viaje a Fuenterrabía. Pero ignoramos cuántos muertos debieron quedar atrás, probablemente entre un 20 y un 30%; de manera que, posiblemente, los que regresaron no superaran los 1.500. Y, si tan solo 9 días de marcha, Parets los veía débiles, flacos y estropeados cerca de Barcelona, ¿cuál no sería su condición 43 días después? Es de suponer que invernaran repartidos entre Guipúzcoa y Navarra, recuperándose de las privaciones pasadas antes de abordar los últimos 350 Km. que les separaban del teatro de las operaciones bélicas, en las fronteras de una Cataluña sublevada en armas contra su rey natural, no para independizarse, sino para someterse a la voluntad de otro.

EL FINAL.

En mayo de 1646 el conde de Harcourt puso sitio a la plaza de Lérida. Al frente de las tropas españolas había cambios. Fallecidos durante el invierno anterior tanto Silva como Cantelmo, Felipe IV había vuelto a confiar el mando del ejército al Marqués de Leganés, a quien mandó venir de Badajoz, donde servía. Ya había mandado el ejército de Cataluña en 1642, aunque fue privado del mando el año siguiente, a la caída de su pariente el conde-duque de Olivares, sufriendo incluso confinamiento en Ocaña y Colmenar antes de que fuera juzgado en febrero de 1644 por su fracaso en el primer intento de recobrar la misma plaza de Lérida (octubre de 1642). Pero finalmente absuelto, había mandado ya en 1645 el ejército de Extremadura. Del discurrir del asedio disponemos de dos testimonios, consultables en línea a través de la web de la B.N.M., ambos encuadernados en un volumen titulado «Papeles relativos a la guerra de Cataluña y del Rosellón, en tiempo de Felipe IV.» También fue objeto de una monografía de M. Jiménez Catalán, Gregorio Brito, gobernador de las armas de Lérida, publicada en 1918 e igualmente disponible en internet. Pero nada de esto nos interesa aquí, y menos aún pensando ya en terminar tan largo relato, porque D. Alonso y su tercio se hallaban con el ejército encargado de socorrer la plaza. Me viene bien, en aras a la brevedad, que dicho ejército de socorro no se moviera hasta octubre, aguardando la conclusión de las Cortes aragonesas, que debían votar una ayuda de 3.000 hombres pagados.

Animados por la resistencia de Brito, que escribió al Rey que tenía comida hasta diciembre y que llegó a sugerir una diversión hacia Cervera, la junta de consejeros reunida por Felipe IV el 14 de setiembre aprobó este plan. Leganés tardó aun dos semanas en ponerse en marcha, partiendo finalmente de Fraga el último día de aquel mes, domingo 30. El ejército fue tomando sucesivamente Arbeca, Castelldans (donde nuestro conocido Pedro de Villanueva quedó como gobernador), Bellpuig, Tárrega, Agramunt y Pons, marchando el tercio de Villamayor siempre en vanguardia, lo que implicaba que, en caso de combates o asaltos, debía atacar entre los primeros, como sucedió en Castelldans y Pons. Pero la diversión no obligó a Harcourt a abandonar su presa y, finalmente, Leganés se vio obligado a recurrir al asalto de las líneas enemigas, una operación arriesgada porque el enemigo le aguardaría resguardado tras su línea de circunvalación, la red continua de trincheras, parapetos y fortines que rodeaba la plaza para evitar que nadie pudiese salir o entrar en ella.

33 Azul

El ejército real se presentó ante la plaza ya anochecido el 19 de noviembre con el objetivo de atacar las líneas enemigas al amanecer; pero comenzó a llover y hubo de dilatarse la acción. Sobre aquel importante acontecimiento bélico ha corrido mucha tinta, tanta que sería largo mencionar aquí. Uno, e insuperable para nuestro propósito, es el del jesuita y prolífico escritor Baltasar Gracián y Morales, que asistió en la campaña como capellán del regimiento de la Guardia y que le asisitió espiritualmente cuando cayó herido de muerte en el inminente combate que acabaría con su vida. Sucedió el día 21, también en la oscuridad de la noche, cuando el tercio de la Guardia y el de Villamayor, cada uno por una parte, sorprendieron y tomaron, sin perder un solo hombre, el fuerte real de 4 baluartes que los franceses habían levantado en la barriada de Vilanoveta. Así comenzaba a describir la acción la pluma del afamado autor del Criticón, en una carta escrita en Lérida el 24 de noviembre, que dirigía a un hermano del colegio matritense con el ruego de que la hiciese llegar al general de la Orden, Francisco de Borja: « … Por la otra cortina, que mira al Segre y sus riberas, acometió don Alonso de Villamayor, gran soldado por cierto y la flor de este ejército. Llevaban por retén el tercio de Zaragoza. Llevaban escalas, fajinas, muchos instrumentos de garfios para asir las trincheras, y éstos con unas granadas como ruecas, que, en asiendo, pegan fuego y revientan, arrojando cuadrados y balas, que hicieron mucho daño. …». Tomado el fuerte, llegaron más tercios españoles, pero también lo hizo el conde de Harcourt, «con todo su grueso de caballería e infantería, y embistió — como suelen en el primero acometimiento — como más que hombres».

34 Baltasar
Baltasar Gracián ca. 1635

Recuperamos de nuevo el relato de Gracián, que proseguía así: «Con todo, le rechazaron, y peleó bien nuestra caballería, y el duque del Infantado se portó excelentemente; pero, volviendo a cargar el enemigo, y habiendo herido a D. Diego de Villalba, su tercio dio a huir. Con esto, el francés gritó:  “Allons, que huyen.” Avanza, y con esto los demás tercios volvieron las espaldas, y la caballería salió toda fuera de las trincheras. El maese de campo general y muchos se echaban por los fosos. Y hubo gran matanza en los nuestros. Murió el conde de Obasto, portugués, don Carlos de Mendoza; fue herido el conde do Vagos; el marqués de Lorenzana; murió don Alonso de Villamayor, atravesado de un carabinazo por los riñones, y su sargento mayor don Juan Pacheco. …».

En ninguna otra relación coetánea se refiere la herida que costó la vida a Don Alonso, de donde inferimos que el jesuita, al verle caer, debió de correr a su lado para prestarle el primer socorro espiritual. Pero, contrariamente a lo que parece inferirse de su carta, escrita el 24, don Alonso no falleció aquella noche sobre el campo de batalla, sino el día siguiente en Lérida.  En el Memorial histórico, t. XVIII, p. 430, se refiere que el capitán de la guardia D. José de Villalpando y Enríquez, hermano del II marqués de Osera y actor en la batalla, había llegado a Zaragoza, donde residía la Corte, el 23 de noviembre con una carta del marqués de Leganés para el rey, escrita el 22 en Lérida, dándole cuenta de la victoria conseguida. El jesuita que refiere la noticia, añade: «Dice el capitán D. José de Villalpando [que] habían muerto de nuestra parte en particular el conde ó marqués del Vago portugués, cuyo padre está en esta corte, el marqués de Lorenzana, D. Fulano Quiñones, y que estaba herido de muerte D. Alonso de Villamayor, maestre de Campo de infantería, valiente soldado.» Para recorrer a caballo los 150 Km. que separan Lérida de Zaragoza, el capitán debió de salir temprano de Lérida; quizá antes incluso de que Leganés entrara en ella para asistir al Tedeum en la catedral, aquella mañana del 22. Sea como fuere, sabemos que don Alonso falleció aquel mismo dia, quizá en la tarde, por la carta de otro testigo de la batalla, no identificado por su nombre sino por su empleo, que conserva la B.N., encuadernada en el mss. 2377 (Sucesos de los años 1545 y 1546), bajo el siguiente título: «Carta de un ayudante de los tercios españoles a su amigo de Zaragoza, dándole cuenta del socorro de Lérida y de la derrota del Ejército francés.». En ella, al fol. 111, leemos: « El número de los muertos de nuestra parte han sido de 70 a 8o personas, las particulares fueron: El Maese de Campo Don Alonso de Villamayor, El Conde de O Basto, Don Carlos de Mendoza, el Sargento mayor Don Tomás Deza, que lo era del Tercio viejo de Aragón de la ciudad de Zaragoza, Don Andrés Sánchez, Capitán de corazas españolas, aragoneses, otro capitán de corazas, y el capitán Mastolin, napolitano, cuyos nombres serán eternos, por el valor con que pelearon.» Está fechada en Lérida, a 22 de Noviembre de 1646.

Gracián, en la tercera parte del Criticón, escrita diez años después de la muerte de don Alonso y dos antes de la suya propia, le dedicaba estas elogiosas palabras: «Mordíanse, en llegando a esta ocasión, las manos algunos grandes señores al verse excluidos del reino de la fama y que eran admitidos algunos soldados de fortuna, un Julián Romero, un Villamayor y un capitán Calderón, honrado de los mismos enemigos: Y que un Duque, un príncipe, se haya de quedar fuera sin nombre, sin fama, sin aplauso!» (El Criticón, 3ª pte. Madrid, Del Val, 1657, p. 338).

Infortunadamente, el nombre, la fama y el aplauso que don Alonso ganara a pulso en vida se fue desvaneciendo, con el paso de los siglos, hasta quedar hoy reducido a la mínima expresión, por no decir a la nada. Pero entre los memorables hechos acuñados por este insigne castillero hallamos también que fue él no solamente quien ordenó tejer la réplica exacta de la Sábana santa que pronto se exhibirá en el recinto del castillo, sino también quien logró traerla a España tras complicadísimas situaciones, cuyas peripecias hemos reconstruido en este artículo. Por ello creo que la sala que la acoja entre aquellos rehabilitados muros debería exhibir, junto a la noble tela, algunos paneles que ilustraran la vida de quien consiguió, contra viento y marea, que allí se acabe exhibiendo, cumplidos ya 378 años de su gesta.

Juan Luis Sánchez, Madrid. 

 

AL SIEMPRE GLORIOSO TÚMULO DE LOPE FELIX DE VEGA CARPIO. (POR) EL CAPITÁN D. ALONSO DE VILLAMAYOR Y VIVERO. SONETO.

En este mármol breve que venera

la admiración, hoy cabe aquel divino

phénix, a cuyo nombre peregrino

no fueran muchos orbes harta esphera.

A tan alto vivir la ley severa,

¡Oh inevitable fuerza del destino!

los últimos alientos le previno,

para que humano en algo pareciera.

Recobró en sus cenizas donde yace,

y a eternidad dichosa se apercibe,

dos glorias successivas a su llama;

Una la celestial donde renace,

otra de lo inmortal a donde vive,

aun siendo corta vida de su fama.